15 de junio de 2013

La homosexualidad

Primero quiero manifestar que no estoy en contra del homosexual de nacimiento, tan distinto del que ha hecho de esta relación erótica su negocio o su modo de vida. Y aunque en católica cuna nací, no por ello prejuicio sexual alguno arrastro, por el contrario, desde muy pequeño vengo con un conocimiento y una formación sexuales muy míos, muy propios, muy libres, sanos y naturales, entendiendo que la sexualidad humana no es solo para procrear sino también para disfrutar. Y, desembarazado de todo prejuicio y tabú, incursioné en aquellas fantasías heterosexuales donde la imaginación me llevó, sin trasladar ni traspasar las fronteras naturales y atento siempre al dictado de la naturaleza, de la razón y de la conciencia, que en mi juventud gocé con las mieles que me regalaba el jardín del frente, que el patio de atrás me repugnó. Por eso me enoja la vesania de aquellos gais y lesbianas del mentado Orgullo Gay que desfilan y saltan sobre carrozas a culo pelado. Flaco favor le hacen a su colectivo. Son las mismas minorías que todavía siguen designando a su homoerotismo como una opción o una preferencia sexuales cuando se trata de una dolencia, no de una libre elección.

Así nacen unos y cura humana no hay para ellos, son incurables, como los sordomudos y los ciegos de nacimiento, sin embargo, sí pueden recuperarse de su dolencia y alcanzar una rehabilitación satisfactoria, incluso, indefinida en el tiempo, como la de los alcohólicos cuando están dentro de un programa como el de Alcohólicos Anónimos. Están también los prostitutos, los que no siendo homosexuales practican una homosexualidad para hacer dinero de la manera más fácil. Los bisexuales están dentro de las categorías antes señaladas. Y hay otro grupo que practica esta relación erótica porque la adquirió por accidente o por pura curiosidad. Probaron, les gustó, y en ella se quedaron. Para este estado, más advenedizo que propio, sí existe fácil cura si el paciente lo desea, solo que es más fuerte ese estado de vicio que el querer dejar esa práctica.

Pero quienes así pensamos porque convencidos estamos de ello, entonces somos llamados retrógados, oscurantistas del Medioevo, torquemadas,  conservadores, dogmáticos y fanáticos fundamentalistas.

Ahora, con el cuento de que el homosexualismo es una variante de la sexualidad, nos quieren hacer creer que ellos no son enfermos y que no necesitan de ninguna terapia, y esto se llama soberbia. Cuando falta la humildad, falta todo. Esto es, exactamente, lo que le sucede al enfermo alcohólico, cómo le cuesta admitir, reconocer y aceptar que padece una enfermedad, desgracia esta que lo lleva al manicomio, a la cárcel, al hospital cuando no a una muerte prematura. Fue en California, cuna y capital de los gais, que los activistas de esta comunidad ejercieron tal presión sobre la Organización Mundial de la Salud que obligaron a ésta a sacarse de la manga un acuerdo espurio, alegre y peregrino, declarando que la homosexualidad no es una enfermedad, así sin más, sin ninguna investigación científica seria y rigurosa. Y esta mentira ha sido su caballo de batalla.

Hay quienes defienden y justifican su lascivo homoerotismo diciendo que es una variante de la sexualidad que tiene tantas formas como colores. Este dicho no es cierto, es solo un sofisma. La verdad es que la homosexualidad distorsiona y desvía el cauce natural, puro y fresco de la vida, lo desborda, lo trastorna y lo violenta, llevando a quienes lo padecen a un estado enfermizo que se convierte en una sobrecarga que los disminuye mental, emocional y espiritualmente, disminución oculta, silenciosa y paulatina que horada el alma y que no mengua hasta tanto no salgan de los sótanos, salten de los closet y abran de par en par las puertas de los armarios. Se alivian un poco, mas no se curan ni se liberan porque de esta terrible dolencia casi nadie sale, aparte de los problemas y daños que causan a sus familias y a la sociedad. De esta verdad indubitable no hago leña, solo pongo los puntos sobre las íes, que en toda la superficie de la tierra no hay un solo mortal que si no cojea de las dos por lo menos  cojea de una, yo el primero. Pero es que pareciera que los derechos humanos son solo de ellos y quien no piense como esa minoría es homófobo. Es que enfada tanta rabia y tanta ponzoña de los homosexuales, de los feministas y de los activistas gais para con los heterosexuales cuando aquí no se les persigue ni se les discrimina como han inventado. Tranquilos sigan en lo suyo, que el camino a Sodoma es ancho, suave y alfombrado, que a mí me vale una percha que un hombre y una mujer se acuesten con el gato o con la escoba.

1 comentario:

  1. Don Juan:
    Este artículo merece la pena publicarlo. Objetivo y real. Ojalá fueran así los artículos que encontramos en los diarios nacionales.
    Felicitaciones, es un gran aporte y hay que divulgarlo.

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